domingo, 10 de abril de 2011

Módulo III, Actividad 1.1

Los recreos de Xavier

Xavier era un niño tierno y dulce, que disfrutaba de hacer el bien y ver sonreír a la gente. En la escuela era el gran defensor de los niños pequeños, quienes no lo perdían de vista por las dudas surgiera un problema o un choque con los del otro patio.
Quien alimentaba día a día su carisma y entusiasmo, siendo el sol de sus tardes escolares, era florentina de tercero “B”. Tenía una cabellera de rubio oro, y unos ojos claros como el mar, y no menos intensos.


Siempre reinó la tranquilidad hasta que un día Florentina desapareció. Simplemente, dejó de sentarse en su tapial preferido junto al mástil; y los ojos de nuestro héroe dejaron de centellear.
La noticia circuló rápido, y pronto Xavier supo que su amada Florentina había decidido merendar acompañada por los que habitan el otro patio.

Decisión atrevida –por cierto- dado que lo copaban los alumnos de séptimo grado, liderados todos ellos por el gran rufián Esteban. Alto como una puerta, fuerte como un roble y agresivo como ningún otro.
Aunque nunca se había atrevido antes, Xavier sintió que ya era el momento de crecer, se armó de coraje y se encaminó hacia su destino. Los más pequeños corrieron tras él, lo alentaron, y le pusieron el silbato de la salvación alrededor de su cuello, como protección.


Xavier atravesó velozmente su patio, y se internó en lo que le pareció ser el lugar más lúgubre que jamás haya visto. Sintió el peso de las miradas duras, pero siguió su marcha con firmeza. Cuando llegó al sitio clave, tomó de la mano a Florentina –quien parecía no comprender lo que pasaba- y la arrastró consigo, hasta chocar con un muro infranqueable, con Esteban.


Ante la desesperante amenaza hizo lo que pudo, tirar patadas al aire acompañadas de gritos, y efectuó toda clase de piruetas seguidas por los aplausos de sus admiradores. Pero no fue suficiente, pues el rufián seguía incólume. Cuando ya no quedaba salida sopló fuerte el silbato y la maestra acudió al lugar interviniendo a su favor, como era de esperarse dado que era pequeño.


Florentina no se mostró muy agradecida, pero al menos siguió merendando en su patio habitual, para evitar espectáculos innecesarios.

Por Liliana Bosco

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